jueves, abril 18, 2024

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Fernando Torres, el amor existe

Imposible explicar cómo tiembla el Calderón cuando es Torres quien lo acaricia, cuando es Fernando quien les mira a los ojos y les susurra que les quiere, que siempre estará ahí para ellos, que pase lo que pase nunca dejará de ser su ‘niño’. Imposible no temblar ante el amor verdadero, escaso en el fútbol, entre una hinchada y su hijo, entre todos y uno, que marcó, por fin, el gol número 100. Imposible igualar la generosidad de quien no necesitaba ese número, ni ningún otro, para seguir amando.

No necesitaba la afición del Atlético ningún gol más de su niño y sin embargo lo celebró como si fuera el primero. No necesitaba Torres ningún gol más para tener el cariño de los suyos y sin embargo sacó una camiseta con el número 100, se la regaló a la grada, y la suya… [Narración y estadísticas]La suya, caramba, se la dio Torres a Manuel Briñas, un hombre mayor apoyado en su muleta, caminando por detrás de la portería del Fondo Norte, anónimo, pequeño, anciano.

Hasta él se fue Fernando y se la quitó, la camiseta, y se la dio, y le abrazó, y le besó, y le susurró algo al oído que, seguramente, fue lo más bonito del mundo. Seguía el Calderón temblando, llorando por sentir que de algún modo esto se acaba, porque sabe que, aunque no lo pareciera, quizá este gol 100 fuera uno de los últimos grandes momentos de amor que le quedan al Atlético, a Torres y al fútbol. Briñas fue quien acogió a Fernando en el Atlético, el que le abrió las puertas, y un tipo que después ha ganado un Mundial, dos Eurocopas, la Champions y a saber cuántas cosas más, un tío con más millones que años fue a por Manuel porque sabe que todo empezó con él, y que por mucho que pase el tiempo, olvidar de dónde se viene es el peor sentimiento posible. Y por cierto, el Atlético le ganó al Eibar 3-1 porque pasó todo lo que viene de aquí para abajo: Silbar es una cosa seria en el Calderón

. Desde la llegada de Simeone, hace más de cuatro años, la hinchada del Atlético da por buena cualquier cosa porque analiza a su equipo en perspectiva y concluye, no sin razón, que el cambio impulsado por el entrenador ha sido descomunal. Ya se sabe: de eliminados por un Segunda B (Albacete) en la Copa a disputar todos los títulos (o casi) y a ganar cinco de ellos. De modo que las pequeñas cuitas del día a día, ese cepillo de dientes descolocado, el rollo de papel higiénico sin cambiar, la chaqueta tirada en la mesa del salón o el plato de la cena sin recoger se le perdonan al equipo.Total, qué importa todo eso si, al final, el equipo está siempre arriba, siempre disputando las eliminatorias, a tiro de uno o dos partidos, como mucho, del líder de turno en la Liga, mirando de frente al Barça en el Camp Nou y al Madrid en el Bernabéu, o al Chelsea en Stamford Bridge si se tercia. A la hinchada del Atlético de Madrid le interesa pasar por alto los detalles porque su relación con el ‘Cholo’ le compensa. Qué importa no vaciar el lavavajillas, o no airear la habitación, si al final resulta que se ha cambiado un piso de los años 60 por un chalet en La Finca.

Es por eso que los silbidos en le Calderón son cosa seria y es por eso que son noticia los que hubo cuando el árbitro pitó el descanso. Fueron pocos, pero se oyeron. Y eso, en esta relación, ya es mucho.En realidad no había otro camino incluso para una afición enamorada hasta las cejas como lo es la del Atlético de su equipo y de su entrenador. Porque la primera parte fue una venganza. No se explica de otra manera el atentado perpetrado por el equipo en esos primeros tres cuartos de hora horribles. Vale que la defensa estaba hecha un cristo, vale que Gabi nunca fue un distribuidor eficaz, vale que el Eibar es un equipo muy apañado… Vale todo eso y vale mucho más, pero resultó inadmisible incluso para los más fieles, abnegados y generosos seguidores. Ni medio plan de juego en el Atlético, ni un detalle, sólo balonazos porque el Eibar, eso sí, presionaba y presionaba bien. Dani García, Adrián y Escalante controlaron mejor la zona del medio y dejaron a Griezmann y a Correa siempre de espaldas a la portería y en inferioridad. ¿Ocasiones? Ni media.A la vuelta, una de esas cosas por las que Saúl no termina de explotar derivó en el gol de Keko. Se trastabilló el improvisado central, se la robó Sergi Enrich y el canterano rojiblanco, mano a mano, anotó sin celebrarlo. Lo arregló Giménez en un error grosero del Eibar, el primero, y de su portero, Riesgo, al que hasta ese momento no le había tirado a portería.

La segunda vez que le probó, el cabezazo de Saúl le dobló la mano y terminó dentro. Dos córners, dos cabezazos y por delante estaba el Atlético, que asistió después a un estupendo partido de los Torres. La mejor manera de rubricar la victoria 100 en Liga de Diego Pablo Simeone.Óliver, al que habría pedirle tardes como la que tuvo ante el Eibar -sublime por momentos- con más continuidad, un aspecto que nunca se sabe si puede ser achacado al entrenador o al chico. Pero desplegó Óliver todo lo que tiene. Pase interior, giros, engaños… Y por ahí respiró el Atlético, ya por delante, cuando Torres, Fernando, entró en el campo y se fabricó cinco ocasiones en 15 minutos. Metió la última y elevó la tarde al cielo de Madrid. O a la muleta de Manuel Briñas, que tanto da.

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