jueves, mayo 9, 2024

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Judas Iscariote: ¿El peor de los villanos o el héroe más admirable?

Repudiado por la cristiandad que lo acusa de haber traicionado a Jesús de Nazaret y llevarlo a la muerte, este personaje bíblico no deja de llamar la atención de especialistas en temas bíblicos, sobre todo por la existencia de documentos históricos que lo retratan como un fiel colaborador del Mesías, a quien condujo al sacrificio en cumplimiento de un plan divino.

Para la inmensa mayoría de los cristianos es casi un dogma de fe culpar a Judas Iscariote de provocar la crucifixión de Jesús de Nazaret. Esta creencia proviene de los cuatro evangelios canónicos, es decir, aquellos que contiene el Nuevo Testamento en la Biblia, aprobados por la Iglesia Cristiana primitiva por considerar que fueron redactados bajo inspiración divina.

Se trata de los textos de Mateo, Juan, Marcos y Lucas que coinciden en sus señalamientos “al discípulo traidor” que entregó a su maestro a los romanos para que le juzgaran, a cambio de 30 monedas de plata.

Sin embargo, “la lectura objetiva de los evangelios permite detectar opiniones y prejuicios estrictamente de personales de sus autores que, con tal de exaltar el papel del Mesías en la salvación de la humanidad y hacer coincidir hasta el mínimo detalle los textos proféticos con la vida de Jesús, no dudan en responsabilizar de todos los males al apóstol, tesorero, crítico y hombre de mayor confianza de Cristo por 3 años”, apunta el teólogo y clérigo Pablo de Ballester en una de sus conferencias magistrales (ver Judas y Pilatos los calumniados, Contenido, Abr. 1998).

El doctor de Ballester señala que los escritores evangélicos trabajaron emocionalmente alterados, muy preocupados por dar testimonio de la fe por la que se jugaban la vida (los años en que redactaron sus crónicas coinciden con la persecución de los cristianos). “Luego de presentar al protagonista , a los personajes secundarios y explicar las circunstancias que los rodeaban, califican a Judas como “traidor al Señor” desde que dan cuenta de su reclutamiento por Jesús de Nazaret, a pesar de que por entonces y hasta la última Cena este discípulo no dio sino muestras de gran devoción por su maestro e hizo agudos cuestionamientos a sus enseñanzas, con la esperanza de entenderlas mejor”.

Escéptico y polemista

En su conferencia dedicada a Judas Iscariote el doctor de Ballester hace notar que el discípulo gozaba de una posición privilegiada en el grupo de los primeros escogidos por Jesús. A pesar de esto su perfil era muy distinto al de sus compañeros: “La mayor parte de los apóstoles eran familiares –primos casi todos- y paisanos de Cristo que lo conocían desde la infancia compartida en Nazaret. Asimismo, eran pobres”. El Iscariote, en cambio, provenía de otra ciudad (Carioth, en Judá) y había nacido dentro de un clan educado y muy próspero.

Su formación cultural, como era de suponerse, era superior a la del resto de los discípulos, y lo volvía, sin menoscabar su fe, escéptico y polemista, mientras los demás recibían acríticamente las palabras del Maestro. “Esa actitud de Judas, reflejada en distintos pasajes bíblicos, seguramente le valió la enemistad soterrada de sus compañeros, especialmente del celoso Juan. Además, mientras los nazarenos dejaron sus barcas en manos de socios y amigos –al resucitar, Jesús debió ir a buscarlos en plena faena de pesca-, Judas rompió totalmente con su entorno: salió de su ciudad natal y no volvió a ella”. Para Ballester no se puede negar la congruencia del personaje, “ni las motivaciones puras que lo llevaron a unirse a un grupo que jamás terminó de aceptarlo, ni la falta de intereses materiales”.

Los cronistas evangélicos lo califican de ladrón, porque fue designado administrador de los fondos del conjunto apostólico, lo que, a juicio del teólogo, es un disparate y más bien se vuelve en contra del criterio de los componentes del grupo y, sobre todo, de su jefe, Jesús. “¿Si era ladrón, por qué le dieron la bolsa? El señalamiento (apuntado por san Juan) es tan despectivo que suena a pincelada de agravio, sobre todo porque no existe constancia de que los apóstoles pagaran cuota alguna, lo que habla de la honestidad de Judas, que provenía de una familia acomodada y seguramente debió poner en más de una ocasión dinero de su peculio para sufragar los gastos de sus compañeros”.

Testimonio en entredicho

El teólogo de Ballester encuentra otros indicios de la tendencia a difamar la imagen de Judas. Por ejemplo, los primeros 3 evangelios (Mateo, marcos y Lucas) cuentan que cuando Magdalena despilfarró su bálsamo de nardo, fue criticada por todos los apóstoles; san Juan, en cambio, pone los reproches sólo en boca de Judas.

Otra señal de maledicencia es la trascripción minuciosa del diálogo secreto entre Judas y los sumos sacerdotes que mandaron prender a Jesús: de los 3 protagonistas, uno se ahorcó y los otros jamás se convirtieron así que carecieron de motivos para revelar lo hablado. ¿Cómo pudieron conocerlo los evangelistas? El doctor de Ballester concluye que no por inspiración, sino que lo imaginaron, aderezándolo según las antipatías personales de cada uno.

Cuando, en la Última Cena, Jesús anunció que uno de los comensales presentes se disponía a traicionarlo, los discípulos, a coro y sin excepción, preguntaron quién lo haría, temiendo que su maestro los señalara. Sólo en un diálogo secreto –como aseveran los propios evangelios canónicos- Cristo respondió a Judas: >, sin decir palabra al resto de los apóstoles. De nuevo, ¿Cómo lo averiguaron los demás, si Jesús jamás lo acusó en público?

Los evangelistas van aún más lejos cuando afirman tajantemente que el Iscariote estaba >, “sin percatarse de que, de ser así, el desdichado sólo sería un instrumento sin voluntad y, por lo tanto, inocente”, opina de Ballester para quien Juan llevó su inquina al grado de proclamar que había presenciado el instante preciso en que Satán tomó posesión de Judas: al abrir la boca para morder el pan mientras el Maestro ponía a sus seguidores al tanto de su martirio, que se avecinaba.

“Si los discípulos, Juan incluido, se sintieron tan inseguros cuando Jesús anunció la traición, ¿Cómo pudieron estar tan seguros de lo que ocurría en el interior del otro, al grado de discernir con certeza que el demonio anidaba en el alma de uno de ellos?” se cuestiona de Ballester, para quien lo más lógico habría sido que si cualquiera de los discípulos –un grupo que se caracterizaba por su solidaridad- hubiese visto al diablo entrar en un compañero, seguramente habría gritado algo así como: “¡Cierra la boca, hombre, que te va a entrar el diablo!”, en lugar de callar para acusarlo, décadas más tarde, de traidor.

Además, los evangelios retoman 2 relatos de la captura del Señor, escritos muchos años después de los hechos: en el primero, se habla de que Jesús se identificó ante los militares que iban a prenderlo; en el segundo, se afirma que Judas lo entregó, señalando con un beso la identidad de la divina víctima.

Esto último resulta extraño, pues Jesús era ampliamente conocido por los militares romanos, prácticamente inconfundible luego de 3 años de prédica pública, por lo que era sencillamente innecesario cualquier señalamiento por parte del discípulo descarriado

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